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almanaque de literatura

NÚMERO 02 +++

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He estado viendo un programa llamado La extraña vida del capitán Hoefstader. Es un reality show en internet que se trata sobre un astronauta que vive en una nave en el espacio. Ha durado poco más de dos años al aire y hoy acabará. Cualquier persona que tenga conexión de internet puede —o podía, en caso de que se lea esto demasiado tarde— entrar a ver la vida del capitán. Y aunque el espacio exterior sea por sí mismo algo interesante (ya saben, el infinito desarrollando vida más allá de los confines de nuestro conocimiento, mientras el caos presenta millones de posibilidades paralelas, entre ellas la terrible posibilidad de que la vida del capitán Hoefstader se convierta en la muerte del capitán Hoefstader en cualquier instante), creo que no es un programa popular. Quiero decir que no es tan popular cómo esperé que fuera. Y me parece que esto es porque el programa se trata, más que nada, de los percances emocionales que conlleva vivir en el espacio.

Es cierto que ahora nuestro cerebro vive condicionado por los modelos de internet: consecuencia de los algoritmos y las fórmulas de las series, lo que puede ocasionar indigestión cerebral al consumir contenido que no cumple con los patrones que suscitan nuestro interés, y así las cosas, pero creo que en este caso es diferente. Va, mi teoría es que nadie quiere ver este programa porque el capitán lo único que hace es flotar en el interior de la nave y mover palancas y picar botones y, si no es eso, se la pasa hablando con una psicóloga de la NASA. También conversa con su esposa y su hijo, pero esto es mucho menos recurrente.

El punto es que a mí me gusta este programa por dos razones. La primera es que Hoefstader me parece un gran tipo. No sé en verdad por qué. Ya sabes. De pronto uno les toma cariño a ciertas personas o a ciertos personajes y lo mejor es no meterse en demasiadas explicaciones. (Dar explicaciones es terrible, en general, ¿no te parece?) Y, pues, yo solamente lo veo y digo "me gustaría invitarle a una cerveza al capitán". Y lo digo cada vez que sintonizo el programa. Esa es la verdad. Ahora, la segunda razón por la cual vivo intrigado por la vida del capitán tiene que ver con el lenguaje.

Me di cuenta de que conforme pasaba tiempo en el espacio, el capitán comenzó a referirse a nosotros —los humanos que vivimos en este planeta— como "terrestres". Como si dijera “ayer vi a un marciano”. La psicóloga Kate destaca esto como un síntoma de la soledad y el distanciamiento. Un síntoma alarmante, de hecho, por que en su opinión esto refleja que lo más probable es que los humanos que lleguen a colonizar el espacio terminen atacando a los humanos que viven en la tierra. Y eso simplemente me da risa. Que la primera guerra intergaláctica conocida por la raza humana sea contra sí misma. (Es más, ahora que lo pienso, tiene todo el sentido del mundo. Del nuestro, al menos. En fin). Justo ayer, todo este tema del lenguaje llegó a cuestionamientos importantes. En esta conversación entre Kate y Hoefstader se cuestionó si la humanidad o, más bien, el hecho de considerarnos humanos, tiene que ver con la gravedad de nuestro planeta. Como si una vez que lográramos salir de la Tierra, poco a poco fueran los conquistadores espaciales separándose de nosotros, notando nuestros defectos, nuestras enfermedades, como males incurables, y esto traería la extinción de los terrestres como parte de un proceso irrefrenable.

Si alguien pudiera sintonizar el programa justo ahora vería al capitán Hoefstader dando piruetas en la cabina de mando. Junto a su ventana se ve el planeta Tierra. Y hay algo en su expresión. No sé qué es exactamente. No puedo definirla. Pero sé que tanto su expresión como mi cuidado respecto a la interpretación que podría darle a su rostro tiene que ver con la conversación que mencioné antes. Y, bueno, también con otras cosas. He notado, por ejemplo, que Hoefstader, cada vez que habla con Brigitte y Benson, se mueve más de lo normal. Se rasca el pecho y las axilas. Deja de ser bromista (las bromas o ese tipo de movimientos corporales infantiles y llenos de gracia los hace cuando está solo, lo que me hace considerar dos posibilidades o, más bien, considerar una posibilidad y reafirmar otra: o las hace para causar risa a los internetvidentes u olvida de vez en cuando que la nave está repleta de videocámaras, lo que a su vez implicaría que el capitán bromea consigo mismo). Y, en cambio, cuando Hoefstader habla con su familia y su psicóloga adquiere un semblante serio, apesadumbrado. No es que se comporte antipáticamente. Tampoco creo que finja las ganas de ver a Brigitte y Benson. Creo que quiere verlos, solo que la soledad le ha dado un conocimiento de algo que ni siquiera puede expresar con palabras. Una luminosidad que viene de otra parte, de un lugar alejado del centro de nuestro sistema gravitacional.

Ya, creo que me estoy adelantando. Mejor regreso. Hace un par de semanas, más o menos, el capitán hablaba con su esposa Brigitte sobre las ganas que tenían de abrazarse y de estar juntos y de ir a esa feria que se pone cada enero en la playa cerca de su casa, un lugar en donde se suben a simples juegos mecánicos que les sacan carcajadas sin mayor esfuerzo. En ese momento me di cuenta de que el capitán Hoefstader sonreía de una manera dolorosa. Creo que puedes entenderme. Me refiero a ese tipo de risa que provoca dolor facial. Cachetes entumidos, cejas arqueadas, sonrisa inmóvil, asentimientos involuntarios. Por un momento imaginé que el capitán ya había olvidado el valor e incluso la consistencia de ese tipo de diversiones. Esto es un antecedente importante para entender por qué el capitán reaccionó así cuando la psicóloga dijo que la causa de sus emociones contradictorias respecto a su retorno, a la Tierra, se debía a la depresión y a la ansiedad que provocaba todo este proceso.

Y fue durante esta última conversación cuando Hoefstader dijo que los conceptos que manejamos en la Tierra (nótese aquí su distanciamiento) son derivados de la gravedad. Él dijo que el problema no estaba en querer y repudiar al mismo tiempo su regreso. Dijo que el problema con volver a casa tenía que ver con los conceptos. Conceptos que no funcionan en el espacio exterior. No porque sean erróneos sino porque se dio cuenta de que, al estar allá, solo, navegando por los lejanos confines de nuestra galaxia, no tenía problema alguno con la abstracción de su mente. No era necesario precisar nada ni explicarle a nadie cómo se sentía y, por eso, no era necesario entenderse a sí mismo. (En este punto era evidente que el capitán estaba confundido por querer explicar cosas con el lenguaje de nuestra gravedad). Entonces fue cuando el capitán Hoefstader lanzó el siguiente planteamiento hipotético: qué pasaría si llegara a otro planeta y los conceptos que usan los seres que ahí habitan fueran otros, tuvieran otro funcionamiento. Qué pasaría si yo ya funciono bajo esos conceptos y simplemente no puedo darme cuenta de ello porque vivo condicionado por un lenguaje y un sistema gravitacional que me fueron inculcados sin mi consentimiento. Qué pasa si mi tristeza o eso que tú (refiriéndose a Kate) llamas tristeza, ansiedad y depresión son en realidad otras cosas en otro planeta. Algo que no es malo, ni bueno, sino parte de la esencia de ser en esa cultura, y yo vivo todo el tiempo pensando que se trata de tristeza, ansiedad y depresión y por eso intento erradicarlas cuando estoy en la Tierra. ¿Qué pasaría si todo esto que siento fuera común y natural en otro sistema planetario?

Y así quedaron las cosas. La psicóloga dijo que ya sobrepasaban el límite de la sesión y decidió darla por concluida. Desde entonces el capitán ha estado frente a la ventana. Su nave cada vez más cerca de la Tierra. Una pequeña esfera azul, blanca, verde, café. Y me gusta esto. Me gusta imaginar que ahora mismo él nos ve desde arriba. Con esa expresión que no puedo precisar con palabras.

Y, ahora mismo, tampoco puedo saber qué siento. Sé que en algún momento el programa acabará y el capitán regresará a la Tierra y a su familia y a su vida cotidiana. Y todo seguirá adelante. Pero a pesar de que acabe, creo que yo lo recordaré siempre así, tal y como se presenta ahora (lo digo en caso de que alcances a sintonizar el programa). ¿Lo ves? Un capitán solitario suspendido en el aire de una nave que viaja a miles de kilómetros por hora, entre las estrellas y los planetas.

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Recreación de imagen recogida en el Menologion de Basilio II.