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almanaque de literatura

NÚMERO 04 +++

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daniel rojo

primero fue el ritmo

Primero fue el ritmo. Antes de eso no había nada, o quizás nunca me di cuenta de ello. No sé cuándo llegó, pero supuse que ese ruido no se apagaría nunca. Tampoco recuerdo si ocurrió de súbito o alguien fue subiendo el volumen de aquello. Pero allí me hallaba yo, en un mundo extraño y oscuro, con esa sonoridad que me envolvía y a la vez era parte de mí.

Antes del ritmo el sonido era una amalgama de fluidos, ruidos y frecuencias incomprensibles. Por supuesto, yo no podía asignarle ningún significado a estos elementos perpetuamente cambiantes y desordenados. Tampoco tenía aún un vocabulario ni un imaginario visual que me permitiera arrojar algún orden dentro de este caos. Todo era oscuro y deforme hasta que el ritmo me salvó. Cuando fui consciente de esa presencia, me parecía que llevara allí toda la vida, siempre había estado conmigo, aunque quizás yo no había prestado suficiente atención. Por fin tenía un lugar imaginario al que aferrarme, un atisbo de comprensión en todo ese desorden. Algo definitivamente seguro. El mundo tenía un orden y yo empezaba a vislumbrarlo.

Como todo el resto de sonidos y vibraciones, el ritmo era parte de mí, pero también tenía una entidad propia. Estaba siempre presente y me marcaba un camino, una separación. Todos estos son asuntos que yo entonces no podía más que ligeramente intuir. Pero el mundo tenía por fin un lugar ordenado y coherente, el ritmo fue desde entonces mi hogar. Yo aún no había nacido.

Solo más tarde, cuando mi oído y mi mente fueron adquiriendo consistencia, supe que el ritmo no era uno, sino múltiple. Junto al ritmo primordial bailaba otro en una danza constante que se sucedía durante aquel tiempo infinito. Los ritmos a veces se aceleraban y todo el universo parecía a punto de estallar. Otras veces, calmado, me incitaba a descansar y dormir. A veces, como un milagro, ambos ritmos se sincronizaban y en esos momentos yo era el más dichoso de los seres. Por fin tenía un agarre. Por fin tenía un lugar. No puedo ni imaginar la cantidad de veces que me sostuve en él para mantener la cordura en esos primeros días anteriores a mi vida.

También había otros ritmos menores que me causaban no pocos tormentos. Los califico ahora como menores porque ya estoy convencido de que hay en todo este asunto de los ritmos una jerarquía. No siempre eran lejanos o atenuados. La mayoría de las veces luchaban y alcanzan una posición superior, es en esos momentos cuando más confuso te sientes. Parece que no hubiera manera de sacarlos de ahí mientras luchas por destronarlos. Puedes llegar a desesperar y pensar que han triunfado, pero te prometo que hay uno primordial que continúa, en alguna parte. Siempre lo pude confirmar, aunque en no pocas ocasiones la paciencia necesaria superaba a mis capacidades y daba todo por perdido.

Dentro de estos sonidos había todo tipo de rugidos, palpitaciones, crepitaciones y los más desagradables rasguidos (utilizó aquí de nuevo símbolos que no me eran accesibles en aquel momento en que ni siquiera conocía el lenguaje). Había algunos que me agradaban especialmente, luego pude saber que eran voces y melodías. La más cercana, que luego supe era de mi madre, era mi favorita. Otras parecían venir de muy lejos, como universos ajenos que me traspasaban. También con estas podían ocurrir pequeños milagros. Cuando el ritmo se acompasaba con estas señales lejanas, yo experimentaba el mayor de los goces.

Hoy en día puedo sentir ese mismo placer cuando oigo el ritmo, en cualquier lugar del mundo. Puede ocurrir en plena naturaleza, en mis horas de trabajo o incluso en lo más profundo de la ciudad, con todos esos ruidos odiosos que la caracterizan y que nos apartan del ritmo inexorablemente. A veces, a las puertas de un local, durante un concierto o viajando; puedo sentirlo de nuevo y todo lo demás se disipa. Es solo entonces cuando vuelvo a casa. Es cuando sé que todo este viaje merece la pena, que estoy en el sitio correcto.

Por eso, yo que me jacto de no temerle a nada, en verdad siento miedo. Un miedo atroz e inconfesable porque sé que un día el ritmo se irá. Poco a poco se hará débil y acabará derrotado. En esa lucha titánica que hoy en día sigue manteniendo con todos esos ruidos bastardos que no nos han dejado ni un segundo en paz. Sé que todo este combate será en balde y que el ritmo se irá, y yo con él. Y os iréis todos. Y dicen que quedas en paz, pero yo sé que no hay paz si no hay ritmo. Que no había paz antes ni la habrá después y aun así os negáis a escuchar.

Guardo una esperanza, si en este juego de espejos, de ritmos que se muestran y se ocultan, hay uno superior que aún no hayamos escuchado. Solo entonces tendríamos un hogar y estaríamos salvados. Porque entonces nosotros también seríamos parte de ese ritmo. Yo lo he escuchado. Lo descubrí a través de la música, atrapada en viejas cintas y vinilos de mi padre, y entonces lo supe. Estuve seguro de que había otros que habían escuchado el ritmo antes que yo. No lo comunicaban directamente, pero lo transmitían, sin lugar a duda. Ellos habían escuchado un ritmo y era el mismo. Lo puedes sentir en cada calle, en cada festival, en los millones de corazones latientes de todos los seres vivos, en el cielo estrellado. No es cosa de unos elegidos o de unos iluminados.

Si hay un ritmo universal, como parecen sugerir algunas cosmologías antiguas y modernas teorías del cosmos*, nos queda una esperanza. Una posibilidad de vivir en ese ritmo, de vibrar incluso cuando nuestros ritmos corporales y nuestra materia pierdan el compás. Salvarnos en una vibración universal y definitiva.

*: En el Mahabhárata, texto épico en sánscrito del s. II a.C., antiguos sabios hindúes cifran el ritmo primordial del Universo. Según relatan este ritmo estaría regido por el día y la noche de Brahma, que dura unos 311.040.000.000.000 años terrestres. Las modernas teorías científicas del Big Bang y del Big Crunch explicarían un universo también rítmico de descompresión y compresión.